EL MONACATO DE LA SAGRADA METEORA Y SU TESTIMONIO DIACRÓNICO

La fuerza motriz que contribuyó a este milagro sobre las ásperas rocas de la llanura de Tesalia fue el amor a Dios y la vida y práctica monacal.

La vida monacal es la forma de vida más elevada y más santificadora. La perfecta dedicación de la persona humana a Dios Triádico. Es la imitación del estado de los Ángeles en el amor divino, en la himnodia, en la obediencia y en la diaconía de las almas, también por eso la vida monacal se llamó “estado igual a los ángeles” y “conducta imitadora de los ángeles”. La vida del monje es una total apertura del alma a Dios y al cumplimiento de Sus mandamientos, una  permanente lucha de santificación, una continua oración. El monje ya trabaje, ya estudie, ya descanse grita de corazón y sin cesar hacia Dios la breve oración bendita: “Señor nuestro Jesucristo, Hijo de Dios, ten compasión de nosotros”.

Con el paso de los siglos los monasterios de Meteora constituyeron viveros de santificación de una multitud de monjes, encrucijadas de fe y de cultura, tesorerías de los valores y las virtudes del espíritu ortodoxo griego. En ellos se encontró, con una armonía absoluta, la incomparable riqueza natural con la discreta intervención humana, la intensidad de la búsqueda espiritual y de la dedicación a Dios con el gusto por la belleza  y la cultura, la aspereza de la vida ascética con la delicadeza del arte y la sensibilidad de la creación artística que se hacían siempre para la gloria del Creador de todas las cosas.

Sin embargo la prueba de la práctica se encontró con el heroísmo, la espiritualidad con la sacrificada abnegación y la ofrenda a la persona que pasaba penalidades que se acercaba en busca de apoyo a los castillos de la Ortodoxia. Así los monasterios de la Sagrada Meteora fueron al mismo tiempo guardianes insomnes y custodios de las tradiciones de la Nación. Se hicieron escuelas para los doloridos niños griegos esclavizados, refugios para los perseguidos, centros de alimentación para los luchadores y además escuelas de santificación y salvación.

Los monasterios de la Sagrada Meteora con su valiosa tradición ascética, la multitud de santos que vivieron sobre sus sagradas rocas, su rica vida de culto y las numerosas reliquias sagradas, que se guardan en ellos como sus incalculables tesoros, constituían y constituyen focos vitales de la espiritualidad ortodoxa.

Meteora constituye en toda su extensión una tierra sagrada, un lugar sagrado creado y guardado por Dios, porque están bendecidas las rocas, las cuevas, los precipicios, ya que por ella caminaron grupos de santos ascetas y mártires de Tebas de Meteora. El contemporáneo Santo Porfirio decía: “Hablo con las rocas, porque éstas tienen mucho que decirme, de la práctica de nuestros padres antecesores”.

Los últimos cincuenta años, gracias a la diligencia, a los incansables esfuerzos de los  abades y  monjes  activos y estimados que viven en el interior de los monasterios, al insomne cuidado y la bendición de su Eminencia el Arzobispo de Stagón y Meteora  el señor  Serafín y a la perfecta colaboración con la Hacienda Pública de Antigüedades de Lárisa –antes– y ahora de Tríkala, se han realizado monumentales y admirables reconstrucciones de los Monasterios de Meteora, conservación de los frescos y de sus reliquias y transformación del espacio exterior de tal manera que en la actualidad mundialmente es considerado uno de los destinos más espirituales y más atractivos.

Ante todo las hermandades monásticas de la Sagrada Meteora viven la vida de culto, ayudan a los numerosos visitantes con amor y sensibilidad, conservan y preservan el lugar, se dedican a la hagiografía, a los bordados de oro, a las miniaturas, a la elaboración de cera pura, de inciensos e iconos, a la jardinería y a la apicultura. También se dedican a la escritura de estudios históricos, teológicos e himnográficos y, sobre todo, intentan dar  testimonio vivo de Cristo, en una época seca espiritualmente, sin color nacional ni religioso, una época de  verdadera crisis no sólo material sino también espiritual. Luchan por preservar la valiosa confianza de la fe ortodoxa y nuestra rica tradición y por proyectarlas al hombre contemporáneo como tesoros incalculables.